Hay enfermedades en las que su peligrosidad radica en que suelen pasar desapercibidas en la mayoría de los casos. Por ser asintomáticas, invisibles y silenciosas para los afectados muestran su cara cuando ya está muy avanzadas y son difíciles de diagnosticar para los médicos si no se buscan a conciencia. Es el caso de la enfermedad del hígado graso no alcohólico, una dolencia relacionada con la obesidad y los hábitos de vida sedentarios y que afecta a uno de cada tres adultos, según las estimaciones que manejan los expertos. Cuando empieza a mostrar su cara, ya está avanzada y no viene sola: la acompaña, en el mejor de los casos, una cirrosis incipiente.
La enfermedad del hígado graso no alcohólico (NASH en sus siglas en inglés) está vinculada a la acumulación excesiva de grasa en el hígado por causas ajenas al alcohol. Cada 10 casos que se diagnostican, dos, a lo sumo, son a causa del alcohol. Se desconoce su origen exacto, pero si algo tienen claro los expertos es que los factores clave que predisponen a esta enfermedad son la obesidad, la diabetes tipo 2, la hipertensión, el colesterol alto y otros trastornos relacionados con hábitos sedentarios. La enfermedad va en aumento debido al incremento de la obesidad. Tres de cada cuatro personas pueden permanecer asintomáticas toda la vida, pero el 25% de los pacientes con NASH desarrollará una cirrosis o un cáncer hepático, según los cálculos que manejan los expertos. En el Reino Unido ya es el primer responsable del cáncer hepático y en Estados Unidos, la primera causa de trasplante de hígado.
La acumulación excesiva de grasa en el hígado impide al órgano almacenarla y metabolizarla de forma adecuada. Las células del hígado se resienten y mueren, lo que produce una inflamación y daños en el órgano. Para combatir esas lesiones, el propio hígado genera mecanismos de cicatrización (fibrosis), pero ese tejido cicatrizado no puede hacer las mismas funciones que un órgano sano —es el encargado de limpiar la sangre y generar proteínas y nutrientes vitales—. El hígado empieza a fallar y puede poner en riesgo la vida del paciente.
La enfermedad es silenciosa y no se deja ver. Por cada paciente que se diagnostica hay tres que se desconocen lo que apunta al posible desarrollo de una epidemia. Las transaminasas altas en un análisis de rutina pueden hacer sospechar al médico, pues estas enzimas se almacenan especialmente en el hígado y si están elevadas puede ser un indicador de daño hepático. Sin embargo, la mejor arma para confirmar una sospecha de NASH es el fibroscan, un procedimiento no invasivo que analiza la presencia de grasa en el hígado y el nivel de fibrosis.
La prevención y los hábitos de vida saludables es la mejor medicina. Perder un 10% de peso en pacientes obesos, reduce considerablemente la incidencia de la enfermedad.
Los expertos han probado también la importancia de la microbiota intestinal —el ejército de microorganismos que puebla el intestino— para combatir el daño hepático. En concreto, los investigadores han constatado que el trasplante de heces —las heces contienen el microbioma— de un organismo sano corrige la hipertensión portal, un problema derivado del endurecimiento del hígado a causa de las cicatrices y que provoca que la sangre no circule correctamente por la vena porta.