Inflamación crónica

Publicado por Hospital Juan Cardona el 17 de octubre de 2018 8:00:00 CEST

La inflamación crónica está en el origen de muchos de los males que nos quitan el sueño (envejecimiento, tumores, alzhéimer…), los fármacos que la atajan se perfilan, en teoría, como una posible solución para casi todo. La práctica, sin embargo, es mucho más compleja. ¿Lo que sí se sabe que funciona? Moverse, comer verduras y vivir en paz.

La inflamación es la forma en que nuestro organismo detecta daños e intenta repararlos. Si carecemos de ella podríamos sufrir problemas graves al no poder detectar una infección o una herida, así que intentar deshacernos de ella por completo no tiene mucho sentido. 

En ocasiones la inflamación no termina con la curación e la infección o la herida sino que se cronifica, se desproporciona y finalmente deteriora los órganos provocando fibrosis, destrucción de tejidos… Esta inflamación crónica de la que hablamos está involucrada en el desarrollo de muchas enfermedades, desde las autoinmunes (artritis reumatoide, lupus, enfermedad inflamatoria intestinal…) hasta la hipertensión, alteraciones cardiovasculares, cáncer, obesidad, diabetes o trastornos mentales.

El estrés y las tensiones a largo plazo,  parecen aumentar los niveles en sangre de marcadores inflamatorios.

La lista de problemas de salud que tienen la inflamación como punto en común se alarga continuamente con los resultados de nuevas investigaciones que demuestran esa conexión. Sin embargo, la inflamación es también una especie de cajón de sastre en el que caben numerosas afecciones, aunque cada una desencadene una respuesta inmunitaria diferente.

El objetivo de la comunidad médica es comprender qué procesos inflamatorios son desencadenantes de qué tipo de enfermedades y cuáles pueden funcionar como interruptores de diferentes enfermedades. Por ejemplo, se ha encontrado que los afectados por inflamación intestinal tienen un 23% más posibilidades de sufrir un ataque al corazón. Y los menores de 40 años son los de mayor riesgo.

Otros estudios señalan un vínculo entre la obesidad, la diabetes tipo 2 y algunos tipos de cáncer.

El alzhéimer y la depresión son otros candidatos a engrosar la lista de enfermedades en las que está involucrada la inflamación crónica.

¿Puede un antiinflamatorio tener poderes preventivos?

Desde la aparición de los medicamentos inmunomoduladores, que actúan directamente sobre los fenómenos de la inflamación, enfermedades como la artritis reumatoide o la enfermedad inflamatoria intestinal, que hasta hace pocos años carecían de un tratamiento eficaz, podrían ser anecdóticas en poco tiempo.

Otros antiinflamatorios, como la aspirina, el ibuprofeno o los corticoides, que tienen una eficacia reconocida para multitud de problemas de salud, no son recomendables como prevención primaria de enfermedades crónicas, como pueden ser las cardiovasculares, por los efectos adversos que provocan.

Mejor prevenir que curar

Vivimos en un entorno plagado de factores que favorecen la inflamación crónica: contaminación, tabaquismo, baja actividad física y estrés unidos en muchas ocasiones a la existencia de sobrepeso y obesidad considerados una lipoinflamación que pueden desembocar en el síndrome metabólico (diabetes, hipertensión, arteriosclerosis, elevación del colesterol, triglicéridos y ácido úrico).

Conociendo los factores que favorecen el desarrollo de inflamación crónica, la opinión generalizada entre los científicos es que corrigiendo alguno de ellos es posible ralentizar el avance inflamatorio. Es el caso de la inactividad física, relacionada con un mayor tamaño de la cintura, que a su vez se asocia con valores más altos en la sangre de proteína C reactiva (un marcador de inflamación crónica). Cada vez que hacemos ejercicio liberamos a la sangre miocinas, que son unas moléculas de efecto antiinflamatorio que pueden durar unas cuantas horas. Además, los beneficios del ejercicio físico son multisistémicos (funcionan en todos los tejidos) y cuanto más se haga, mejores serán los resultados.

El estrés también aparece en el escenario proinflamatorio (promueve la inflamación). Realizar ejercicio físico también puede ayudar a reducir el estrés y la ansiedad debido a los efectos beneficiosos de las endorfinas que liberamos durante su ejecución.

  • Queda claro que nuestro estilo de vida influye, y mucho, en el grado de inflamación del organismo, y la dieta es una pieza fundamental. Las dietas proinflamatorias son muy ricas en energía, abundantes en grasas saturadas, trans y azúcares añadidos,  procedentes de carnes rojas y procesadas, comida rápida, aperitivos salados, refrescos y bollería.  Son pobres en alimentos vegetales, frescos o poco procesados, como las frutas y hortalizas, legumbres, frutos secos o derivados integrales de los cereales.
  • Así como la dieta puede inflamar, hay determinados alimentos que pueden reducir el estado proinflamatorio, como el pescado y sus derivados gracias a la presencia de ácidos grasos EPA y DHA (omega 3).
  • Si hay un alimento que concentra el interés de los científicos es la fibra, una devoción que se justifica por su influencia en la composición de las poblaciones de bacterias intestinales (microbiota), que afecta al desarrollo de muchas enfermedades (incluidas obesidad y diabetes). Una dieta alta en fibra (30 gramos al día) disminuye las concentraciones de marcadores inflamatorios como la proteína C reactiva. Y una alimentación rica en vegetales que aportan fibras fermentables (frutas, hortalizas, legumbres, cereales de grano entero, frutos secos y semillas) tiene impacto en la función inmunológica.
  • Uno de los últimos hallazgos en este campo es que la capacidad antioxidante de la dieta mediterránea puede ralentizar el envejecimiento. El aceite de oliva virgen extra, además de ser una grasa monoinsaturada, contiene polifenoles cuyas propiedades antioxidantes están ampliamente descritas, de tal forma que si durante el envejecimiento aumenta el estrés oxidativo, consumirlo ayudará a reducirlo o equilibrarlo. También podemos consumir café, si se eligen granos de tueste ligero (poco torrefactados),  y el chocolate negro (con al menos el 70% de cacao).

Preste atención a su piel

Y si la piel muta, escúchela, es una chivata

  • La liberación de cortisol (la hormona del estrés) produce erupciones similares al acné, mientras que numerosas infecciones desencadenan brotes de dermatitis, incluso psoriasis, que son la pista clave para detectar un proceso inflamatorio en fase temprana. La piel mantiene un fino equilibrio entre la inflamación y la antiinflamación, y cuando la balanza se altera, aparecen la mayoría de las enfermedades dermatológicas.
  • Cada tipo de piel reacciona a la inflamación de una manera determinada: las grasas tienden a presentar un patrón acneiforme, con comedones, pápulas y nódulos molestos; las más secas, según un perfil atópico caracterizado por descamación, enrojecimiento y picor; y las mixtas manifiestan la inflamación con lesiones acneiformes en áreas seborreicas.
  • A la piel siempre hay que tomársela en serio,  es una manifestación visible de que la inflamación quiere tomar el control de nuestro organismo. Por suerte, tenemos al alcance de la mano un puñado de herramientas para revertirla. Y recuerde: entre ellas está el chocolate negro.

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