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    Cómo mejorar la calidad de vida de los intolerantes a la lactosa


    Compartimos consejos médicos prácticos sobre el trastorno digestivo más común entre la población adulta
    ¿Por qué somos intolerantes a la lactosa?
    La lactosa es el azúcar de la leche. En el caso de los seres humanos, la correcta absorción de la lactosa requiere de la presencia de una enzima que se sintetiza durante la infancia, a la que se conoce como lactasa, producida en el intestino delgado y que ejecuta una acción imprescindible en el proceso digestivo. Con el paso del tiempo muchas personas sufren deficiencias y se convierten en intolerantes, lo que genera malas digestiones, dolor, cólicos abdominales, gases, náuseas y en ocasiones, en los casos más críticos, diarreas, estreñimientos y erupciones cutáneas.
    Según Alberto Fernández, médico del servicio de Digestivo de Povisa, “cerca de un 30% de la población española no tolera la lactosa”, un porcentaje que se dispara hasta “el 80% en América Latina”. La Sociedad Española de Patología Digestiva (SEPD), por su parte, destaca que “uno de cada tres españoles presenta estos problemas digestivos”.
    Consejos médicos y alternativas nutricionales
    Los lácteos son los alimentos más concentrados en calcio y vitamina D, de ahí que la mayor parte de los expertos coincidan en señalar que lo ideal es mantener un consumo equilibrado que no provoque síntomas de intolerancia. Pero cada caso clínico es distinto. Desde el servicio de Digestivo de Povisa recomiendan acudir a un especialista para realizar un primer diagnóstico a través de la prueba de hidrógeno en aliento –cuando se observa una alta concentración de hidrógeno en aire espirado tras la administración de lactosa señala esta intolerancia. Con ello, el especialista en Digestivo puede ver las posibilidades de ajustar las cantidades de lactosa a los máximos tolerados por el paciente o, en su caso, buscar una alternativa de calcio. Algo diferente es la alergia a las proteínas de la leche, donde se debe evitar el consumo de la misma, y no queda más remedio que adaptarse en mayor medida a la alimentación, debido a la respuesta autoinmune anormal del organismo ante las proteínas de la leche, con riesgo de reacciones alérgicas graves.
    Así, se recomienda una ingesta equivalente a 12 gramos (un vaso de leche) en una dosis única, incluso una cantidad mayor en los casos de intolerancia leve a la lactosa,siempre de forma moderada, repartidas en pequeñas proporciones y distribuidas a lo largo del día.
    Otra alternativa es tomar leche sin lactosa, que mantiene las mismas cantidades de nutrientes y proteínas, así como optar por productos lácteos con un menor aporte de azúcar en la leche, como el queso y, sobre todo, el yogurt, que con sus bacterias producen lactasa para ayudar en los procesos digestivos.
    Si sospechas que puedes ser intolerante a la lactosa es fundamental acudir a Povisa para confirmar este diagnóstico.

    «El problema del autodiagnóstico es que se retira la lactosa y no se busca una fuente alternativa de calcio». Puedes leer aquí la entrevista a Alberto Fernández, médico del servicio de Digestivo de Povisa.

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