El invierno meteorológico empieza con el mes de diciembre, el día uno. Pero ya ha llegado el frío intenso, ese que parece calar los huesos. Según se van recrudeciendo las condiciones meteorológicas, los achaques se multiplican porque, aunque existe la creencia generalizada de que el calor es el elemento climático más perjudicial para la salud, en realidad lo son las temperaturas mínimas, como confirma Roberto Díaz Luaces, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria de Ribera Polusa
El Ministerio de Ciencia e Innovación asocia al frío una mayor mortalidad que al calor, ¿podría explicar por qué esto es así?
El frío predispone a la formación de trombos en las arterias cerebrales y en las arterias coronarias. El frío produce un aumento de la tensión arterial, pudiendo causar ictus y cardiopatías isquémicas. Nos encontramos con que las tasas de mortalidad alcanzan su punto máximo durante el invierno, en parte porque la tensión arterial aumenta durante los meses de más frío, de hecho se estima que cerca del 70% del aumento de esa tasa de mortalidad durante el invierno se debe a eventos cardíacos y a accidentes cardiovasculares.
La American Heart Association (Aha) cifra en un incremento de un 20% el riesgo de infarto de miocardio y en un 37% el de morir por insuficiencia cardíaca cuando las temperaturas bajan drásticamente.
El frío actúa como un agente vasoconstrictor, provocando un estrechamiento de las arterias y, como consecuencia, una disminución de la cantidad de sangre que llega al corazón. Otro efecto del frío es la necesidad de un mayor consumo de oxígeno por parte del corazón, lo que conlleva un incremento tanto de la frecuencia cardíaca como de la tensión arterial.
El frío predispone a la formación de trombos en las arterias cerebrales y en las arterias coronarias
Otro de los sistemas afectados es el inmunológico, ¿en qué modo lo hace?
Sí, el frío produce una mayor vulnerabilidad del sistema inmune. Hay ciertos patógenos que pueden afectar al organismo, al que acceden a través de las mucosas y de la piel. El frío hace que se debilite el sistema inmunológico, provocando pequeñas lesiones que son la puerta de entrada de esos patógenos infecciosos. Para evitar que el frío debilite las defensas, y con ello al sistema inmunológico, debemos mantener una buena y correcta hidratación –tanto interna como externa– y seguir una alimentación adecuada, que incluya pescado y alimentos ricos en vitamina D, así como ácidos grasos que contribuyan a preservar la integridad de las mucosas y de la piel, que son nuestra primera defensa ante los agentes patógenos.
A pesar de todo ello, son las enfermedades respiratorias las más ligadas al frío.
Sí, de hecho la mayoría de las infecciones virales y bacterianas de tipo respiratorio se registran en las estaciones más frías y húmedas. Uno de los factores que más aumenta la presencia de estas afecciones es que en los meses de invierno, en los más fríos, pasamos mucho más tiempo en espacios cerrados, con lo que resulta más probable que compartamos el aire que respiramos con otras personas y esto multiplica las posibilidades de infección, ya que crece la probabilidad de entrar en contacto con más patógenos.
Para evitar que se debiliten nuestras defensas, debemos mantener una buena hidratación
Aunque el frío y la humedad no inciden en las enfermedades reumáticas, sí es cierto que provocan contracción muscular y una sensación de dolor más intensa en las personas con problemas articulares. ¿Se puede evitar ese problema?
Para que nuestro organismo responda con mayor eficacia ante el frío es muy importante una buena nutrición y no abandonar la práctica de ciertas actividades físicas al aire libre. Por ello, debemos evitar los cambios bruscos de temperatura, aplicar calor en la zona articular afectada y mantenerse activos, impidiendo de esta manera que se incremente el dolor articular con el descenso de las temperaturas.
El frío también agrede a la piel, sobre todo a las atópicas y sensibles. ¿Cómo se puede proteger?
La piel es el órgano más extenso de nuestro cuerpo y, por ello, el más expuesto al frío. Debemos proteger nuestra piel sobre todo a través de una buena hidratación, bebiendo agua, ya que las bajas temperaturas favorecen su sequedad, por lo que mantenernos bien hidratados nos permitirá devolverle su elasticidad natural y preservar su humedad.