Los cálculos estiman que alrededor de cinco millones de personas en España sufren este problema respiratorio, cuya gravedad se determina en función del número de eventos producidos por cada hora de sueño ► En este artículo, el doctor del Ribera Polusa Luis Senra habla de las claves de este trastorno.
Dormir una noche de manera continua, durante al menos ocho horas, parece ser hoy un privilegio de unos pocos individuos. En la actualidad, millones de personas sufren trastornos del sueño o tienen problemas ocasionales para lograr el tan necesario descanso nocturno.
Un gran tanto por ciento de la población mundial refiere tener insomnio en algún momento, lo que junto a la narcolepsia (se expresa como ataques de sueño durante el día, aun cuando se ha dormido lo suficiente) y el síndrome de piernas inquietas (enfermedad que provoca sensaciones desagradables de picazón y hormigueo en extremidades inferiores), se encuentran entre las alteraciones del sueño más comunes.
Otras, como el sonambulismo, enuresis, terrores nocturnos y pesadillas, producen cambios en el patrón de sueño e impactan negativamente en la rutina diaria de los afectados.
Alta prevalencia global
Especial atención merece la apnea del sueño, un trastorno respiratorio crónico que puede tener serias consecuencias en la salud y calidad de vida, con una alta prevalencia global. Establecer cifras reales de personas aquejadas es muy difícil, pues muchos desconocen que la sufren. Solo en España se estima en más de cinco millones los individuos que padecen este trastorno, que también involucra a los convivientes.
Ronquidos fuertes, pausas o interrupciones respiratorias ocasionales o repetidas durante el sueño, de más de diez segundos, somnolencia diurna, irritabilidad o dolor de cabeza matutino son algunos de los síntomas que caracterizan a la apnea del sueño, que puede afectar a cualquiera, incluso a los niños, aunque es más frecuente en el adulto mayor, el sexo masculino e individuos con sobrepeso u obesidad, fumadores, quienes consumen alcohol y tranquilizantes, ya que estas sustancias relajan la musculatura de la garganta y pueden interferir con la mecánica ventilatoria.
Factores anatómicos como la obstrucción nasal, la hipertrofia adeno-amigdalar o de la úvula, malformaciones a nivel del paladar, anomalías cráneo y dentofaciales graves pueden tener también una implicación importante en la aparición de esta dolencia.
Cuando el sueño se interrumpe durante la noche, se puede estar somnoliento durante el día. Las personas con apnea del sueño tienen mayor riesgo de sufrir accidentes de tránsito, de trabajo y otros problemas médicos. La gravedad del síndrome se mide en función del número de eventos por horas de sueño. Será leve si presenta entre 5-15 a la hora, moderado entre 15-30 y grave si se detectan más de 30 a la hora.
Padecer enfermedades como hipertensión arterial, problemas cardiovasculares o diabetes pueden aumentar el riesgo de este trastorno, de ahí la importancia de un diagnóstico precoz que evite consecuencias severas.
Detencción y diagnóstico
Los síntomas durante el sueño suelen ser detectados inicialmente por la pareja con la que se duerme, un compañero de habitación o de piso, quien observa como la respiración puede ir haciéndose anormalmente lenta y superficial, hasta detenerse súbitamente (a veces hasta un minuto), para reanudarse a continuación.
Una visita al médico para analizar los patrones de sueño y el impacto que están teniendo en tu vida es el primer paso para el diagnóstico, basado fundamentalmente en la historia reciente y familiar, y un examen físico con el fin de descartar cualquier enfermedad subyacente, apoyado en los resultados de una polisomnografía, que puede revelar qué tipo de apnea se padece.
Dos versiones distintas
Hay dos tipos de apnea del sueño. La obstructiva es la más habitual, y ocurre cuando las vías respiratorias superiores se bloquean y se reduce o detiene por completo de modo transitorio el flujo de aire, y la apnea central del sueño, que se da cuando el cerebro no envía las señales necesarias para estimular la respiración. En ambos casos se reduce la cantidad de oxígeno en sangre, lo que puede provocar interrupciones del sueño para poder recuperar el ritmo normal respiratorio.
En función del tipo de trastorno que se determine, el especialista indicara un tratamiento y, si se cumple, el pronóstico suele ser excelente. La esperanza de vida no se ve afectada y se pueden prevenir las complicaciones más graves.
Sin embargo, hay medidas que se pueden tomar para prevenir la apnea del sueño, como reducir el peso corporal, incluida la cirugía bariátrica para personas con obesidad grave, dejar de fumar y no consumir alcohol en exceso. Dormir sobre un costado o elevar la cabecera de la cama puede ayudar a reducir los ronquidos.
Si la apnea es de moderada a grave, el médico puede recomendar otros tratamientos. Ciertos dispositivos pueden ayudar a abrir las vías respiratorias bloqueadas, el más común se llama presión positiva continua sobre las vías respiratorias (CPAP), una máquina que suministra presión de aire a través de una máscara que se ajusta a la nariz o que se coloca sobre la nariz y la boca mientras duermes, reduciendo el número de eventos respiratorios y la somnolencia diurna, mejorando la calidad de vida. La cirugía también puede ser una opción para tratar la apnea obstructiva del sueño en determinados individuos, aunque no está exenta de riesgos y complicaciones asociadas.
Ante la sospecha o presunción de padecer esta dolencia se debe consultar al especialista de la salud. Recordar que la sintomatología es variada, aunque puede predominar la somnolencia diurna, la sensación de cansancio y las limitaciones para asumir labores cotidianas, lo que condiciona un deterioro importante en la calidad de vida.
La apnea obstructiva del sueño no tratada aumenta el riesgo de padecer hipertensión arterial, ataques cardíacos recurrentes, accidentes cerebrovasculares, arritmias cardíacas (en particular fibrilación auricular) e incrementa la tasa de mortalidad por accidentes laborales y de tráfico.